Hace no mucho que había un jarrón en la entrada. Era un jarrón grande, negro, de cerámica muy fina. Cada vez que pasaban por su lado, la gente se quedaba mirándole e intentaban que sus alientos no le tocasen. Todo por miedo. No era miedo, era más bien terror a que el jarrón pudiese acabar dañado.
Un día, un niño y una niña vinieron a casa. Al caminar por su lado, quedaron maravillados. Sintieron el mismo pánico que todos los demás al verse reflejados en la superficie negra. Pero, cogidos de la mano, decidieron tirar el jarrón al suelo.
Entre los añicos de lo que había sido un hermoso y solemne jarrón, murmuraron: "Ahora ya nadie podrá hacerle daño"
4.27.2006
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1 comentario:
Eran niños sabios.
Y un poco extremistas.
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