Sex, Lies and Videotape

Y todo gira alrededor del sexo.

Esa niña rubia fue producto de un polvo salvaje con tirones de pelo. O quizás de un aburrido rendez-vous de fin de semana. Y esa misma niña, dentro de 6 años, será follada por alguien a quien no volverá a ver jamás (y de quien creerá estar enamorada.)
Y dependiendo de cómo sean (bueno, más bien de cómo quieres que sean) tus relaciones sexuales, eliges unas cosas u otras.
Ese hombre, que ha escogido esa película de extrema violencia y explosiones, tiene una mujer hastiada que ni parpadea cuando le tiene encima.
Esa adolescente que va junto con sus cuatro amigas a ver una película de un asesino en serie que mata jovencitas, es virgen. Y tiene miedo a ser “acuchillada”. Igual que todas sus amiguitas. Al final, le clavan el cuchillo, le duele, sangra y, al cabo de poco tiempo, deja de ver a sus amigas.

Pues, ¿saben qué? Que Freud es un gilipollas.
Porque estaban pensando en Freud, aunque no hayan leído nada suyo. El citarle junto a Schopenhauer puede ser útil para un polvo fácil.

La gente le quita importancia. Al sexo, no a Freud (cuando debería ser justo al contrario).
El fuego interno intenta ser apagado en el más absoluto silencio. Los bomberos intentan que no se vea el humo. Pero yo leo las brasas. Y todos andamos muy quemados.
Y el sexo no tiene nada que ver con el amor. El amor es un fuego controlado. La excusa que hay que dar a los vecinos por si huelen a gas.

Le sigo amando aunque ese chico me mirase así al entrar. Aunque le vigilase desde el mostrador. Aunque me guiñase un ojo. Aunque le metiese mi número de teléfono en la bolsa.
Aún le amo. Porque el que descolgase el auricular no significa nada. Ni que me masturbase escuchando su voz. Ni que le oyera correrse al otro lado de la línea.
No, no significa nada.