Cerrado por motivos familiares. Disculpen las molestias.

Es increíble la cantidad de tiempo que se pierde pensando. Esta mañana me levanté molida, como si me hubiera pillado por medio una pelea entre Latin Kings y merdellones en Alcorcón. Mi padre me llevó al metro y bromeó, pero vió mi cara de pocos amigos y decidió que tuviésemos un viaje en silencio.
En el metro, miré a la señora que tenía delante. Ella me miró con una expresión que se movía entre el asco y la indiferencia. Entonces, pensé en las muchas veces que he escuchado cosas como que estoy triste porque quiero, que deje de hacerme la víctima y que la solución está en mí. He pensado: "No sé si estará en mí, pero todas las caras que me miran a lo largo del día tienen una mirada apagada y un aire de lo más triste". Eso no depende de mí.
Cercanías, mirar al suelo. Salir a la calle, saludar al autobusero, sentarme. E, inexplicablemente, me he echado a llorar. Lo tenía más claro que nunca.
No sé qué habrá pensado la gente (si es que alguien se ha fijado en que me resbalaban lágrimas calientes y ácidas por los mofletes) pero yo siempre que veo a alguien llorar, me siento mejor. No por crueldad, sino por identificación.
Y ahora, en un ordenador que no es el mío, una casa que no es la mía, sintiendo un frío que tampoco me pertenece, veo una foto mía al lado de la pantalla y pienso: "Qué feliz era"

Pierdo el tiempo pensando en estupideces y vosotros en leerlas. Eso me hace sentir mejor.