No había sitio en la casa. Todas las camas estaban ocupadas por todos los demás visitantes que habían aterrizado en el piso de Marta. Así que me acoplé en el sofá de la sala de estar. Un sofá ínfimo, viejo y desagradable. Pero apareció Alberto. Alberto es algo así como un niño rubio de catálogo, pero sin afeitar. Se tumbó a mi lado y me abrazó por detrás. Me entró la risa floja. Él empezó a cantarme al oído canciones infantiles y yo seguí riendo. "Más bajo, que no quiero despertarles". Dejé de reír y me dio la vuelta. Nos quedamos en silencio, mirándonos. Parecía una eternidad. Un momento infinito que sólo se rompió con un "Ahora quiero que los despiertes".
Y los desperté.
9.17.2007
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8 comentarios:
A mí nunca me pasan esas cosas, ¿por qué será?
Por inseguridad.
Se me ha secado la garganta mientras leía. Será por otra cosa seguramente.
shhhhhhhhhh
quema!!!
siempre quise decirlo
Enhorabuena!
Me entran ganas de matar leyendo este post.
Vaya. Noto algún cambio en la estructura de los textos y el ánimo al escribirlos. Me parecen más cercanos.
Pero anote que yo de esto no entiendo. Sólo leo.
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