Me probé unas botas de vaquero. Eran marrones e increíbles. Mientras el zapatero me ayudaba a subírmelas, me pasó con lentitud los dedos por entre los pliegues del cuero que rodeaba mi pantorrilla. En cierta manera, me acariciaba a mí. Sé que lo hacía descaradamente, porque intentaba no mirarme a la cara. La grave vergüenza de un desconocido.
Mi amiga miraba unos zapatos de tacón con lazos azules en la puntera.
Pasé los dedos descalzos del otro pie por encima de su pantalón. Creo que le encantó que llevase las uñas pintadas, porque me tocó la del meñique y se rió.
Al final no me llevé las botas porque me quedaban un tanto pequeñas.
4.11.2008
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