Nos llenamos el bolso de botellitas pequeñas de licor. Bebimos entre parada y parada, descalzas y con los pies en alto. Yo me pintaba los ojos mientras tú te pintabas los labios. Cada noche las uñas de un diferente color. Y siempre tuvimos el pelo demasiado liso para ni siquiera peinarlo. Pero, ¿qué más da si estamos solas en esta maldita ciudad? Pasaron los días, las semanas, los meses, los años. El frío y el calor. Y tus ojos seguían llevando esa línea negra mientras mis labios seguían llevando ese color carmín. La eternidad se mide en paradas de metro. Siempre acabamos descalzas pero, esta vez, con una expresión más cansada.
Pat, despierta, que te bajas aquí.
10.16.2010
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