Cantábamos la una en la boca de la otra. Siempre a gritos. Nos cogíamos de las manos y nos agitábamos violentamente en el centro de la pista. La gente nos miraba y, seguramente, pensaría: "Vaya un par de niñatas". Sinceramente, nos importaba un rábano. La existencia de esa figura, de la inestimable amiga íntima era necesaria en esos días. Nos pasábamos el día contándonos las discusiones con los padres, las decepciones con los chicos y quejándonos de lo gordo que teníamos el culo o de la cantidad de granos que nos salían. Ella lo era absolutamente todo. Abarcaba toda mi vida. Juramos no separarnos jamás. Prometimos llamar a nuestras hijas con el nombre de la otra y que irían juntas al colegio, como nosotras.
El tiempo pasaba y nos hacíamos mayores. La gente entraba y salía de nuestras vidas, pero nosotras nos manteníamos unidas. Nada iba hacer que cambiásemos de idea.
Para finalizar, contaré que hace un par de meses me enteré de que había tenido un niño y que se llamaba Alejandro, como el padre.
5.22.2007
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4 comentarios:
Vaya chasco.
Bendita inocencia.
A veces la vida da tantas vueltas que acabamos por marearnos.
No la des por perdida.
Te lo dice una experiencia. Vaya, que no soy la norma, pero como excepción igual se repite en vuestras vidas :)
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