Hacía frío esa mañana. Era un frío punzante que te aprisionaba las costillas y te arrebataba el aliento. Los ojos lloran cristales y las falanges se amoratan. De camino a la escuela, el pequeño Jorge hunde su carita en el cuello del abrigo acolchado que su madre, con tanto mimo, le ha recogido de la tintorería. Pisa con cuidado la calle principal, que tiene retazos de escarcha y canturrea la canción de un anuncio de telefonía. Jota, que así le llama su hermana mayor, se mira el reloj y emprende una carrera, ya que llega tarde a clase.
Es triste rememorar esa cruenta mañana, ya que el pequeño y alegre Jorge siempre supo que, tarde o temprano, se darían cuenta de lo que estaba a punto de hacer. Yo le miraba a los ojos ese día, mientras estábamos en clase y le veía horriblemente contento. Esa mañana, Jorge me besó por primera y última vez en los baños de los profesores. Esa tarde todo se desencadenó y sólo volví a ver a Jorge, de traje, en televisión. Uno de los recuerdos de mi infancia es Remedios, la profesora de Lengua Castellana, llorando en el recreo, cogiéndose la cara con las manos. Ríos de colores oscuros por sus mejillas y el tiempo de ocio teñido de tragedia.
Toda una vida reducida a eso, a recordarle y a intentar contar, lo mejor posible, su decadencia.
5.19.2008
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